
Reflexiones de Maggie, la gata
La novia de América
No sé si Wilder fue consciente, no sé si América fue consciente. No, quizás, en aquel momento, pero sí después, vaya si lo fueron. Cuando el viento urbano de la boca del metro, levanta hasta la seducción, las blancas faldas de Marilyn, y las interminables, torneadas y sensuales piernas, quedan expuestas a la mirada del mundo, con la única protección de la seda de sus medias. Cuando el viento hace eso, hay, incontestablemente, un antes y un después en la historia del cine de América, y del mundo. Marilyn seduce, Norma Jean seduce, lo hace con hombres y mujeres. El mundo entero se rinde, por completo, a aquella diosa rubia que desafía cualquier canon de belleza establecido, que desafía cualquier fidelidad marital que se precie, que te obliga a parpadear cien veces, a desear ser ella. Te obliga a querer sentir las miradas, de la multitud curiosa, que ha paralizado la avenida, que ha obstaculizado el tráfico, que ha detenido América. Los rizos dorados de Monroe, desafían al viento que los arrebola, la desafían a ella misma. Son libres, a merced del golpe de aire que los mece, tan libres como ya nunca, a partir de entonces, podrán ser jamás Marilyn, ni Norma Jean, ni América ni el mundo. Nadie puede sobreponerse a esa figura no terrena, el aire levanta las blancas faldas, pero las miradas lascivas elevan a la diosa a una eternidad de vértigo, y al resto del mundo nos deja rendidos ante una tentación que vive arriba….arriba en el Olimpo….te adoramos Marilyn…
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