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Reportajes y artículos

Mis crónicas del Nilo

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Solo llevo un día en El Cairo, y parece que ha pasado una semana. El olor que inunda tus fosas nasales nada más bajar del avión, es penetrante y poco agradable. La alta contaminación, y falta de higiene que ves en las calles, se transforman en una peste indescriptible, una mezcla de cebolla recocinada con especias y sudor, que se apodera de cada poro de tu piel. Montañas de basuras se acumulan en todos los rincones, los edificios están a medio hacer o derruidos. Esta ciudad podría llamarse El Caos o El Apocalipsis. ¿Quién cuida de estas personas? ¿Quién atiende sus necesidades y les proporciona educación, sanidad y ayudas sociales? Me temo que están abandonados, por eso hacen lo que pueden para salir adelante, para poder comer cada día.

El hotel es confortable y elegante… lo poco que pudimos ver. Ya que llegamos el día 5 a las dos de la mañana, y a las seis ya tuvimos que levantarnos para ir a conocer las pirámides. El cansancio empezó a acumularse. Además, aguantar a nuestro enlace en el hotel, Yasser, no fue demasiado agradable. La noche antes estuvo dándonos el coñazo para que cogiéramos más excursiones, de manera poco amable e insistente, y a la mañana siguiente se sentó a comer unos bollos mientras desayunábamos . Fue incómodo, porque no le conocíamos de nada y encima nos caiga fatal. Menos mal, que en el coche, nos esperaba nuestro guía en El Cairo, Abdallah. Un joven risueño, con mucha labia y amable. Nos alegró el día y se reveló como un Cicerone notable.

La comida, un problema

La comida, inmediatamente, se convirtió en un problema para mí. No soy muy  abierta para la gastronomía en general, y me gustan pocas cosas más allá de la comida española, italiana, marroquí y griega. No es culpa de Egipto, es mía. Además, confieso, la falta de higiene me preocupaba. Los mercados tampoco eran una maravilla, el pescado y carne estaban expuestos a cualquier insecto, gatito y rayos del sol.

En el bufé- restaurante donde comimos junto a nuestro guía, sentí deseos de ir al baño, dentro se encontraba una muchacha, sentada, con su pañuelo en la cabeza y ojos atentos. En cuanto salí del retrete se apresuró a darme papel para secarme las manos. “Qué amable”- pensé. Con mi mejor sonrisa le di las gracias, y ella con su peor cara me dijo “no Thank you!”, mientras me señalaba un fajo de billetes. Le di cinco libras egipcias, aunque en realidad sentía ganas de estrangularla.

Pero sin duda, cualquier cosa desagradable se borró, cuando contemplé las pirámides y la esfinge…¿Sentí lo mismo que Napoleón u otros personajes históricos que se encontraron frente a ellas? En mi próxima crónica lo sabréis.

Susana en el reportaje Mis crónicas del Nilo para MICINEXIN

Susana Alba Montalbano - Escritora y articulista en psicologodecabecera.com. Amo el arte, los artistas y que me leas tú.

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