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Cuéntame un cuento

Mi romance con Sherlock Holmes

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Capítulo 3

 

                        Sueños lúcidos, experimentar no es tan fácil

Lo estaba haciendo todo tal como había leído. Pasaba un hambre horrible por las noches, ahora cenaba como si fuese a desfilar en Cibeles, y las palomitas ya no formaban parte de mi personal dieta mediterránea. Después visualizaba mi encuentro con Holmes al detalle, me decía a mí misma que iba a soñar lúcidamente y me abrazaba a Morfeo con pasión. Así semana tras semana. Sin embargo, no conseguía encontrarme con él ni lúcida ni inconscientemente. En su lugar comencé tener extraños sueños sobre viajes, paisajes exóticos, y señores con la cabeza muy grande. Era un tanto perturbador toparse, entre la vegetación frondosa y hermosa de un país extraño, con una cabeza humana del tamaño de un globo aerostático mirándome con desdén. Ponte tú a descifrar el simbolismo de eso.

Finalmente mi querida Elena, como siempre, supo como aminorar mi desesperación.

Deja de obsesionarte, mujer.- me aconsejó cuando le llamé presa de la impaciencia- Esto es igual que cuando buscas quedarte embarazada, en el momento más inesperado ocurre… Seguramente te sucederá cuando estés realmente preparada para vivirlo.

¡Milagro!

Tenía que ser paciente. Algo que me desespera y aburre mortalmente. Siempre he necesitado que todo se produzca en cuanto lo deseo…y claro, ya lo sé, la vida no funciona así. No me quedaba otra opción que seguir el consejo de Elena, y continuar teniendo sueños con hombres cabezones hasta que a mi consciencia le diera la gana despertarse en mitad de la noche. Entonces un día, cuando casi había perdido toda esperanza, ocurrió. Fue breve, casi un destello, pero…¡ocurrió!

Recuerdo que me dormí casi en cuanto me acosté, de pronto noté una gran claridad que me despertó, era como si alguien hubiese encendido la luz bruscamente. Sorprendentemente ya era de día. Tenía una sensación extraña, pero en ningún momento dude de que estaba completamente despierta hasta que miré la hora en el móvil. Vi que eran las nueve de la mañana, me asusté porque iba a llegar tarde al trabajo, y entonces, cuando volví a dirigir mi mirada hacia el reloj angustiada, marcaba las siete.

La magia existe

Sentí mariposas en el estómago, intenté no perder la calma y comencé a caminar por la casa. Todo parecía igual, pero con un aire mágico que no sabría expresar con palabras. Me paré frente al espejo y decidí probar mis poderes oníricos, con voz firme ordené a mi mente en voz muy alta: “¡quiero estar vestida ya!” Y en un parpadeo aparecí arreglada de cabeza a los pies. Me Acaricié el pelo recogido en un sencillo moño, cuya textura me pareció tan suave como de costumbre, olí mi perfume de siempre en la muñeca, noté el sabor que la pasta de dientes suele dejar en mi boca. Mis sensaciones eran absolutamente reales, todo parecía igual que en la vida real…pero con magia.

Cerré los ojos, aspiré profundamente y pensé con intensidad en lo mucho que me gustaría encontrarme en el Londres de finales del siglo XIX. Me imaginé en aquella atmósfera decimonónica, próspera y mísera a la vez, donde podías disfrutar de la distinción del barrio de Marylebone o temblar entre las sucias paredes de Whitechapel. Al abrirlos, todo había cambiado. Ya no me encontraba en mi casa, sino en un salón muy amplio con grandes ventanales, decorado con muebles de otra época y una gran cantidad de fotografías que me parecieron antiguas. Me conmovió el casi absoluto silencio que reinaba en el lugar, únicamente interrumpido por algunos pajarillos juguetones.

Abril, 1898

No me atrevía a moverme, ni casi a respirar. Lo sentía todo, lo oía e incluso me llegaban los perfúmes de las diversas flores que embellecían el salón. Me invadió una felicidad plena. Decidí acercarme a una de las pequeñas mesitas que había junto a una de las ventanas. Caminaba con sigilo, como si lo hiciese entre las nubes y temiera caerme a la aburrida realidad de un momento a otro. Allí encontré, entre otras cosas, la hoja de un calendario. Marcaba el mes de abril, en inglés, de 1898. Mi emoción iba en aumento.

¿Realmente mi cabecita loca había conseguido reconstruir el ambiente del Londres del siglo XIX con una simple orden de mi consciente? No lo sé a ciencia cierta. Creo que en ese momento levanté una de mis cejas, al estilo de los malvados del viejo Hollywood cuando quieren sugerir toda la malignidad de la que pueden ser capaces. Pensé en  los viajes fantásticos que podría llegar a hacer, si continuaba entrenando mi mente para soñar lúcidamente cada noche.

¿Y usted quién es?

Y mientras soñaba lo que soñaría, sentí una mano firme y grande agarrándome el brazo. Para mi asombro, más que asustarme me sorprendí. Lentamente me giré para descubrir el dueño de dicha manaza. No sabría decir. Un rostro enfadado me miraba con ojos fríos y crueles. Era un hombre, quizás con bigotes. Y digo quizás, porque en ese momento se volvió todo borroso. Entonces desperté bañada en sudor, con una respiración muy agitada y prácticamente temblando. Con pulso trémulo cogí el móvil para saber qué hora era. La una de la madrugada. Solo habían pasado quince minutos desde que me dormí, los quince minutos más espectaculares de mi vida. Cuando mi corazón se relajó, decidí que era el momento de saborear lo vivido, lentamente. Recordar cada detalle, aroma, erizamiento del cabello. Todo.

¿Quién sería aquel hombre enfadado que me sacó del sueño lúcido? No podía entender por qué había aparecido sin mi permiso. Se supone que yo soy la directora de mi película onírica, y aquel extraño  señor se había colado en ella de manera casi violenta. Sin duda era un inglés, y aquella casa de campo debía ser la suya. Pensé en mi pequeño misterio, sin hallar una solución satisfactoria, hasta quedarme profundamente dormida.

¿Donde está Sherlock Holmes?

A la mañana siguiente me desperté fresca y descansada, hacía muchos años que no me sucedía. Estaba llena de energía, moviéndome por toda la casa con agilidad y sin remolonear ni un solo momento. Cogí uno de mis libros de Sherlock Holmes y me lancé a la calle para montar en mi bravo corcel, es decir, el metro. Nada me importaba que estuviera atestado, y yo rodeada de sobacos amenazantes. Había disfrutado de un maravilloso sueño lúcido, y lo demás pasaba a un segundo plano irremediablemente.

De repente, mientras cotilleaba con el rabillo del ojo el periódico de la agresiva axila de mi derecha, vi una foto en él que me resultó extrañamente familiar. Era el salón de una casa del siglo XIX, un salón exactamente igual al que yo había estado horas antes. Subí la vista buscando el titular al que se refería la foto. Decía así: “Salvada de ser derruida la casa de Arthur Conan Doyle”.

No pude evitar que una media sonrisa se dibujase en mi rostro. Ya estaba muy cerca de Sherlock Holmes.

Susana Alba Montalbano - Escritora y articulista en psicologodecabecera.com. Amo el arte, los artistas y que me leas tú.

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