1



Cuéntame un cuento

Mi romance con Sherlock Holmes

By  | 

Capítulo VI

Tú, eres tú. ¿Eres tú?

Primera parte

Como apenas había dormido aquella noche, mis ojeras eran surcos de un  tono violáceo pronunciado que llamaba la atención de quien me miraba. En el trabajo todos me habían preguntado si estaba bien, y advertido de mi mala cara…parece ser que tienen la sospecha de que en mi casa carezco de espejos.

Me fui arrastrando durante toda la jornada, haciendo mis obligaciones diarias, moviéndome como un autómata y temiendo la llegada de la noche como solo la sabe temer un nictofóbico. Quería y no quería vivir la experiencia. Deseaba y no deseaba ver a mi amado sherlock Holmes. Tenía la cabeza llena de dudas, y el corazón a rebosar de ganas de vivir la experiencia.

Al llegar a casa, entré en cada habitación como un GEO, vigilando no encontrarme con sorpresas en una esquina o tras las cortinas. Mi pequeña gata Leona me miraba con la pupila enorme, sus ojos estaban llenos de curiosidad, hasta que se acordó de que tenía hambre y comenzó a maullar como una loca junto a su comedero. La tenía un poco abandonada desde que había empezado mi extraña aventura en el mundo de los sueños lúcidos. Sin embargo no se quejaba. Seguía atenta a mis movimientos, como una amiga leal que te cuida. En definitiva, lo que es ella.

El reencuentro

Al caer la noche mi cuerpo no resistió más, y antes de que pudiera darme cuenta me había quedado dormida en el sofá mientras veía una película y cenaba un sandwichs. Por una vez, el cansancio pudo más que el hambre.

-¡¡Abra los ojos!!- sentí que me gritaba una voz desde muy lejos- ¡¡Ábralos le digo!!

Yo deseaba hacerlo, pero me pesaban los párpados como jamás lo habían hecho y era prácticamente incapaz de despegarlos. De pronto sentí un aroma fuerte, tanto, que mis ojos se abrieron como platos en un instante. Vi el rostro de Conan-Doyle mirándome con seriedad mientras sostenía un pequeño frasco.

  • ¡Qué demonios me ha dado a oler!- grité enfurecida.

El bueno de Arthur se limitó a cerrar el frasquito, guardarlo en el bolsillo de su chaqueta y mirarme con una cierta sonrisilla socarrona.

  • Tenía que despertarle en el sueño, sin hacerlo  de verdad. ¿Comprende?
  • Por supuesto- respondí indignada mientras me levantaba.
  • No. Manténgase ahí, recuéstese aún más, y con los ojos cerrados intente imaginar cuanto mi voz le diga. El sueño dentro del sueño. Lo nunca visto, ¡lo jamás intentado! Lo conseguiremos nosotros, confíe usted en mí.

Al finalizar de hablar, se sentó en la pequeña mesa que tenía frente al sofá, y posó una de sus manos sobres las mías cuando me recosté como él me había ordenado. Me pareció un agradable gesto paternal, le miré a los ojos y pude descubrir ternura en ellos. Es bueno darte cuenta de que en sueños también puedes resultar simpática a los demás. El caso es que aquel pequeño gesto fue suficiente para relajarme, cerrar los ojos y dejarme llevar por Conan Doyle.

  • Imagine una gran niebla- comenzó- una niebla espesa, casi la puede tocar. Mientras camina entre ella, al fondo, ve una tenue luz amarilla, vaya hacia allí. Sin miedo, sin prisas, encuéntrese con ella…

Hacia lo desconocido

Y yo obedecí, casi podía sentir la niebla en la boca, mis huesos se helaban, mi visión era reducida. Sin embargo la luz se vislumbraba claramente, pero cuanto más me acercaba más parecía alejarse. No cejé en mi empeño, y seguí, exhausta incluso, hasta que la luz se hizo tan grande e intensa que me deslumbró, e hizo caer al suelo. Cuando volví a tener visión, todo mi entorno había cambiado. El sueño en el sueño. Habíamos rizado el rizo.

Me asusté. Estaba en medio de un gran bullicio. Personas moviéndose de un lugar a otro, niños mal vestidos correteando, coches de caballos a una velocidad en ocasiones excesiva, tiendas de alimentos, ropas, libros…estaba en el Londres de finales del XIX, pero no pude ver en qué calle me encontraba. Vi acercarse a paso lento un coche Hansom, el cochero paró a mi altura, e inclinándose hacia mí dijo: “su coche señora”.

Estaba tan impresionada por todo lo que veía, olía y escuchaba, que no me dí cuenta de mis ropajes hasta que estuve sentada en el coche. Me crucé de piernas con dificultad, entonces me di cuenta de que mis pies estaban cubiertos por unas botas de color marrón con cordones. Llevaba una pesada y larga falda de terciopelo verde brillante, que me apretaba de manera endiablada la cintura, y una chaqueta ceñida del mismo tono. Debajo una camisa blanca, cerrada hasta el cuello. Pude tocar algo de encaje por la zona de más arriba del pecho. Me eché las manos a la cabeza, pero no horrorizada por mi ropa, sino para comprobar si llevaba sombrero. No lo tenía. Únicamente llevaba mis cabellos muy bien recogido en un moño. Solo esperaba no parecerme a la señorita Rottenmeier.

En casa de Sherlock Holmes

El Hansom frenó de golpe y casi clavé mis dientes en el trasero del caballo. Tuve rápidos reflejos, fui capaz de mantener la compostura. En sueños, además de simpática, también podía ser muy torpe.

  • ¡Baker street, señora!- gritó el cochero.

De pronto, mi corazón galopaba más que aquel caballo hace unos minutos. Noté el rubor encaramándose en las mejillas, y la piernas me temblaban como débiles ramitas ante un vendaval. Bajé del coche con cierta inseguridad. Aquellas botas no eran nada cómodas. Miré al cochero temerosa, no sabía muy bien qué debía pagarle, de hecho desconocía si llevaba dinero. El hombre pareció entender mi desconcierto y dijo: “El hombre del monóculo ya me pagó, señora”. Y se marchó como alma que lleva al diablo.

Al darme la vuelta me encontré frente a la casa de Sherlock Holmes. Una puerta negra reluciente y dos pequeños escalones, me separaban de uno de los sueños de mi vida. Si hubiera sabido a donde dirigirme, creo que habría corrido hasta perder el aliento. Alcanzar lo que siempre se ha deseado, puede dar tanto miedo como no hacerlo. Podría haber provocado mi despertar ya que me sentía francamente asustada, sin embargo, tras un segundo de duda, me mantuve firme y valiente. Casi corrí hacia la puerta, llamé con decisión, y me mantuve muy erguida hasta que una señora de pelo canoso me abrió.

  • Buenos días- me saludó sin dejar de mirarme escrutadoramente con sus pequeños ojos claros. Debía ser la señora Hudson.
  • Buenos días- respondí con seguridad- ¿El señor Holmes, por favor?
  • Aquí es, pase por favor.

Los sueños se cumplen

Entré con cuidado de no errar el paso. Las botas eran duras como piedras, la falda tan pesada que parecía estar bordada con hilos de plomo, y el corsé apenas me dejaba espacio para respirar levemente. En el pequeño recibidor ella me preguntó mi nombre. Creo que notó mi cara de desconcierto, y aunque no tardé más de cinco segundos en responder, comenzó a mirarme con sospecha.

  • Soy la señora Roxana Jones- Respondí. Había sentido cómo ese nombre llegaba a mi mente como por arte de magia. Como por arte de Arthur, mejor dicho.
  • Espere aquí- me dijo la mujer mientras comenzó a subir al primer piso de la casa. Aproveché esos instantes para fijarme en los pequeños detalles. La casa olía a canela y limón, todo parecía impoluto. De repente me cercioré de la presencia de un pequeño espejo decorativo sobre uno de los muebles. Me acerqué. Lo poco que pude ver de mí me gustó, algo que me hizo sentir un poco más segura.
  • Puede usted subir- me indicó la supuesta señora Hudson desde lo alto de la escalera.

Cada escalón que subía aceleraba mi corazón. “Pum-Pum” , podía sentir los latidos, parecía que luchase por salir de mi pecho. Cuando llegué, la señora Hudson abrió la puerta de una habitación mostrándome la figura larga y esbelta de un hombre que miraba por la ventana. Entré mientras la señora Hudson me anunciaba, y juro que estuve a punto de llorar cuando el huesudo, pálido e interesante rostro de Sherlock Holmes se giró para mirarme con mucha curiosidad.

  • Siéntese Señora Jones, y dígame que le ha traído hasta aquí- dijo mientras caminaba hacia mí y señalaba con la mano el asiento que me ofrecía. Odedecí. Su aspecto era severo, pero amable. Tenía unos hermosos ojos verdes penetrantes, curiosos y con algún pequeño destello vivaracho.

Entonces todo empezó a llenarse de niebla. Espesa y gélida como antes. Asustada me levanté de golpe mientras gritaba: “¡Señor Holmes, ayúdeme, ayúdeme!”. Después todo se volvió negro.

 

Susana Alba Montalbano - Escritora y articulista en psicologodecabecera.com. Amo el arte, los artistas y que me leas tú.

3 Comments

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.