Cuéntame un cuento

Mi romance con Sherlock Holmes

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Capítulo VII.

Exponiendo los hechos

 

Sentí cómo unas manos suaves se posaban en mi frente y mejillas. Una voz masculina, fuerte pero dulce a la vez, repetía insistentemente: “señora Jones, señora Jones…¿puede oírme?” Me costó darme cuenta de que se estaba refiriendo a mí. Intenté abrir los ojos, pero me costaba bastante porque sentía los párpados muy pesados. De pronto un olor fuerte e intenso inundó mis fosas nasales, por fin pude abrir los ojos, y mientras observaba el rostro de un hombre con mostacho observándome con preocupación, me incorporé de golpe.

Me habían tumbado en una cama. Cosa que no debió de ser nada fácil porque yo peso lo mío. Me encontraba en un pequeño dormitorio cuyas paredes estaban empapeladas de verde, era austera. Sin fotos ni adornos, pero inundada de libros y con un agradable olor a tabaco de pipa. Sin duda era el de Sherlock Holmes. El hombre del bigote comenzó a tomarme el pulso mientras Holmes y la señora Hudson me miraban fijamente. Uno con curiosidad y la otra con ternura.

  • Señora Jones, soy el doctor Watson. Mi amigo el señor Holmes me ha llamado porque usted se desmayó repentinamente. Nos hemos llevado un buen susto, pero no creo que le suceda nada preocupante. Tranquila.- Me explicó sin dejar de sonreirme para que me relajase.

No sabía muy bien que decir. Era la primera vez que tras desvanecerme continuaba en mi sueño lúcido. No entendía qué había sucedido, y eso me asustaba bastante. De pronto sentí un susurro muy cerca de mi oído que decía: “todo está bien, le traje de vuelta, no se preocupes por nada y déjese llevar”. Sí, era la voz de Conan Doyle. Lo cual no me hacía ni pizca de gracia, ya que de pronto y sin previo aviso, Doyle había comenzado a controlar mi mente. Sin embargo, decidí obedecerle. El deseo de disfrutar un solo minuto de mi onírica vida junto a Sherlock Holmes era más fuerte que la rabia y el miedo.

  • Yo…- titubeé- llevo varios días sin probar bocado…lamento  haberles causado tantas molestias. Estoy avergonzada.

Cuando hice ademán de levantarme, Watson me detuvo colocando su mano en mi hombro. Me explicó que se sentiría más tranquilo si permanecía en la cama hasta que comiese un refrigerio que me prepararía la señora Hudson. No discutí su orden, me ayudó a incorporarme colocando unas almohadas tras mi espalda mientras Holmes buscaba una silla para acomodarse frente a mí. El doctor se había sentado en la cama, muy pendiente de mi estado de salud. La señora Hudson se marchó veloz a disponer mi tentempie.

  • Y bien señora Jones, la escucho- dijo Holmes lacónicamente mientras juntaba las yemas de sus dedos y cerraba los ojos. Aunque no me mirase sabía que me observaba, estaba segura de que ya había recopilado toda la información que le resultaba útil sobre mí. Al menos lo que Conan Doyle había decidido que supiera. De pronto las ideas se fueron amontonando en mi cabeza, con detalles, nombres, y hechos específicos. Como tardaba demasiado en comenzar a hablar, Holmes abrió los ojos, clavando su mirada en mí. Eran ojos felinos, nobles y expectantes.
  • Yo…yo vivo en una casita de campo en Harpenden desde que mi esposo me abandonó. Allí pasos mis días con tranquilidad, y viviendo austeramente con la pequeña pensión que me ofreció generosamente la familia de mi esposo, cuando este desapareció de mi vida. Durante un año transcurrió mi vida tranquilamente entre mi pequeño huerto, las petunias y las conservas de frutas que preparo yo misma para regalar entre los más necesitados. De repente, mi paz se vio perturbada por una serie de acontecimientos extraños que se han ido sucediendo desde hace un mes. Fenómenos que soy incapaz de explicar, y que únicamente creo poder combatir encerrandome en mi habitación y rezando con el mayor fervor del que soy capaz.
  • ¿Podría explicarme esos extraños acontecimientos con detalle, señora Jones?- Me preguntó Holmes sin mover una ceja. Continuaba con los ojos cerrados, parecía como en trance. El doctor Watson, sin embargo, me había agarrado la mano protectoramente cuando comencé mi relato. Tenía el ceño fruncido cómo signo de preocupación, y no dejaba de vigilar la puerta esperando ver a la señora Hudson con una bandeja para mí.
  • Es para mí muy penoso recordarlos, pero lo haré lo mejor que pueda. Hace un mes, tras la insistencia de una de mis cuñadas, accedí a que se realizara una sesión de espiritismo en el salón de mi casa. En realidad, no podía negarme después del trato tan generoso que ha tenido mi familia política conmigo. El caso es que una noche nos reunimos en casa cuatro personas con el propósito de contactar con los muertos. No me hacía feliz, y en realidad estuve muy nerviosa durante todo el día. A las 8 en punto estábamos sentados alrededor de una pequeña mesa redonda que me había enviado como obsequio  la espiritista Florence Cook, ella sería nuestra médium. Además de mi cuñada Angela, también se unió a la sesión el señor Olivier, pretendiente eterno de Angela.

Florence Cook, conocida médium londinense de mitad del XIX

La señora Hudson entró en ese momento con una bandeja llena de comida. El doctor Watson se levantó inmediatamente para colocarme un soporte sobre mi regazo. Sinceramente, hacía años que no me sentía tan cuidada y mimada. La maternal señora Hudson me había preparado unos huevos con jamón, y té bastante fuerte. Respiré aliviada, si me hubiese llegado a traer unos riñones me habría desmayado de nuevo. Quise continuar mi relato, pero el doctor me hizo una señal para que guardase silencio y comenzara a comer. Holmes abrió los ojos y frunció el ceño. Le molestaba aquella interrupción, así que se levantó y comenzó a mover cosas por el salón. Parecía buscar algo.

  • ¡Ajáaaa!- oí que exclamaba. De pronto apareció por la puerta con un grueso libro entre las manos. Se acomodó en su asiento anterior y comenzó a leer con mucha concentración. Era “El libro de los médiums” de Allan Kardec, el padre de la doctrina espírita. Mientras pegaba algún bocado y sorbo al té, no podía dejar de observar a Holmes. A su vez, Watson lo hacía conmigo. Por un lado deseaba cerciorarse de que me estaba recuperando, y por otro sentía cierta desconfianza porque había notado que yo no dejaba de vigilar a su amigo.
  • Y bien- dijo el detective tras cerrar de golpe el libro. – Espero que se encuentre ya con fuerzas suficientes para contarme lo sucedido, detesto perder el tiempo.
  • ¡Holmes!- exclamó Watson recriminándole su falta de cortesía.
  • Oh, está bien doctor. Yo también lo detesto- Moví la bandeja de mi regazo y me senté en el borde de la cama. Pude comprobar como Holmes dibujaba una tenue sonrisa. Le agradó que no me sintiese ofendida por su comentario.- Como les decía, a las 8 en punto estábamos los cuatro alrededor de la mesa. El salón se encontraba casi en penumbras, solamente había unas pocas velas que lo iluminaban. No se oía ni el vuelo de una mosca, y nuestras manos se encontraban posadas sobre la mesa, abiertas de tal manera, que nuestros meñiques se tocaban. La médium entró en una especie de trance en pocos minutos. Puso los ojos en blanco, y tras una pequeña convulsión, echó su cuerpo hacia atrás quedando como desmayada en el asiento. Quise levantarme para socorrerla, pero mi cuñada me lo impidió sujetando mi mano. Después, Florence Cook pareció recuperarse. Aunque la expresión de su cara era aterradora, creo que estuve a punto de gritar…
  • ¿El resto del grupo estaba tan asustado como usted?- se interesó Holmes.
  • En absoluto. Ellos habían participado en muchas otras sesiones.
  • Continúe, por favor.
  • Florence Cook me miró fijamente con aquella horrible expresión… y con una espeluznante voz gutural me dijo: “Nunca te quedes sola después de medianoche”. Luego volvió a caer desplomada hacia atrás, y la mesa comenzó a levitar. Justo en ese instante, sin poderme contener, salí al jardín corriendo en busca de aire fresco.

De repente, a pesar de la calided del dormitorio de Holmes, comencé a sentir un escalofrío. Realmente parecía que aquello que estaba relatando fuese parte de mis recuerdos. Lo podía ver en mi mente con suma claridad, con inquietante precisión. El doctor Watson apretó ligeramente mi brazo para sacarme de mi pequeña abstracción.

  • A partir de entonces- continué- no he tenido ni una sola noche de paz, señor Holmes. Al dar el reloj las doce de la noche, comienza mi tormento. Golpes, gritos, sombras…e incluso una vez pude ver un espectro con tanta nitidez como les estoy viendo a ustedes….fue aterrador… Vengo aquí, a suplicarle ayuda a usted sin saber si podrá dármela. Entiendo que los fantasmas no entran dentro de su campo pero yo…yo…

Y sin poder contenerme sentí unas enormes ganas de llorar. Cubrí mi rostro con las manos dando rienda suelta al llanto, lo cual, aunque no les viese, sentí que les conmovió. Watson apretó una vez con más fuerza mi hombro, y Holmes, tras agarrar delicadamente mis manos para apartarlas del rostro, me dijo con cierta ternura: “ Señora, le prometo solemnemente que dentro de poco dejará de tener miedo”. Holmes estaba muy cerca de mí, con una rodilla hincada en el suelo y mis manos entre las suyas. Aquello me desconcertó porque nunca había leído una sola novela o relato en el que se mostrase tan tierno, cercano, e incluso diría, cariñoso.

Creo que mi falta de fe en lo que estaba viviendo en ese momento, hizo que volviese de repente a mi cama. Esta vez sin mareos o nieblas espesas, simplemente volví. De pronto me dí cuenta de que tenía un papel arrugado dentro de una de mis manos. Me pareció un tanto extraño, por lo que encendí la luz de la mesilla para verlo mejor. Era una nota en la que alguien había escrito: “No vuelva usted a hacerlo”. Una vez más, me fue imposible dormir aquella noche.

Susana Alba Montalbano - Escritora y articulista en psicologodecabecera.com. Amo el arte, los artistas y que me leas tú.

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