María Ortiz, la tía de Mica, echó sobre sus espaldas el duro trance de ir a por su sobrina, era la encomienda que Patricia le había encomendado. No quiero imaginar lo que tuvo que ser para ella recorrer la distancia que separaba el domicilio de los Rascovsky Ortiz de la vivienda de Guido, pareja de la joven. En su mente se tuvieron que amontonar miles de recuerdos, miles de sensaciones. Entre ellos una conversación que había mantenido con su hermana el día anterior, y en la cual, le confesó que su hija estaba siendo víctima de malos tratos, que su novio la golpeaba, que había intentado asfixiarla y el miedo que sentía era tal, que había compartido imágenes de su cuerpo señalado con algunas amigas de confianza por si llegaba a pasarle algo.
Enfrentándose a la cruda realidad
Cuando llegó al domicilio, lo primero que le llamó la atención fue la cantidad de personas que en él se encontraban: Guido, su padre, su hermano, su madre, una psicóloga, agentes de policía. Toda una comitiva en una estancia donde aún no se sabía si se había cometido un crimen, pero que debido a ese trasiego probablemente, se estaban borrando multitud de pruebas que pudieron haber sido fundamentales en el algún momento de la investigación.
Domicilio donde murió Micaela. Fotografía de google maps adaptada por Triun Arts
María no se amilanó, fue capaz de mirar a los ojos a Pascuccio y decirle: “La golpeaste”. Él, con la cara desencajada le espetó: “Yo amaba a Mica, yo la amaba”, a lo que ella respondió: “La volviste a golpear hijo de puta”. “Mica me estaba volviendo loco”, tras esa frase Guido callaba siguiendo las indicaciones de su padre que con las manos le decía que templase, a sabiendas, como buen abogado, que cualquier salida de tono delante de tanta gente podría haberse tomado en su contra.
Siguiendo el buen quehacer de los investigadores presentes en el lugar del crimen, (véase esto como una ironía), permitieron a María pasar a la zona donde se encontraba su sobrina.
Mica hablaba
Allí estaba, al fondo, tirada en el suelo semi apoyada en el sofá, con su cuerpecito casi desnudo tapado con una sábana. Nadie, y digo nadie, está preparado para ver lo que esta mujer tuvo que ver, se acercó a la joven, quería abrazarla, besarla, llorarla, pero quedó perpleja cuando miro a los ojos a Mica, su mirada vacía sin vida, con la cabeza inclinada hacia detrás, le hicieron pensar en cómo la chica forzó el cuello para ver a su asesino. Esto la hizo inspeccionarla pausadamente y lo que vio, le retorció el alma.
Mica tenía las manos destrozadas por haber intentado defenderse, estaba completamente golpeada, axilas, pechos, espalda, brazos, antebrazos, los tobillos habían abandonado su morfología habitual para convertirse en bolas hinchadas. Los nudillos carecían de piel en una clara evidencia de autodefensa, los labios mordidos, un hematoma en la nariz. Su cuerpo hablaba, su cuerpo gritaba y sus manos tenían bajo las uñas la firma de su asesino, pero extrañamente, nadie de los allí presente parecía escucharla, nadie quería ver lo evidente.
¿Cómo era posible que con la imagen tan dantesca que María estaba observando, Guido siguiese aun campando a sus anchas? ¿Cómo no está engrilletado y camino de comisaría para que preste declaración y lo vea un médico forense para que pueda valorar si las lesiones de su sobrina eran compatibles con las que él estaba segura que presentaba? Nada. Nada de eso sucedió, nada de eso iba a suceder.
Manos de Mica donde se ven lesiones de autodefensa. Fotografía del sumario
¿De qué ha muerto, qué ha ingerido? Pascuccio señaló unas bolsitas de cocaína que había sobre la mesa e hizo referencia a que eran de Mica, pero, ¿qué había usado para administrársela? Entonces, el propio Guido sacó de un maletín un plato con restos de una sustancia blanca el cual entregó a la policía haciendo constar que ese era el recipiente usado. ¿Un plato que sacas de un maletín que tienes tú? ¿A qué estaban jugando? Parecía una broma macabra, un sinsentido.
En esa casa había un gran letrero luminoso con luces de Neón apuntando a una persona y nadie le hizo caso. En esa casa había un cuerpo diciendo a gritos quien había terminado con su vida y nadie quiso escucharlo. En esa casa había un individuo que con cada acto, con cada cosa que hacía, se perfilaba más sospechoso y nadie le prestó atención. En esa casa había muchas cosas, pero fue inútil.
La incompetencia, la desidia o las pocas ganas y empatía por los demás, se tradujeron finalmente en una chapuza, en una trabajo por parte de investigadores y médicos forenses digno de sentir vergüenza, digno de ensuciar sus carreras y sus currículos hasta el final de sus días. Un trabajo por el que imagino que cobraron pero que no realizaron. Un trabajo por el que merecen ser investigados y dar explicaciones, y cuando las den, tendrían que volverlas a dar, porque es imposible explicar lo inexplicable, es imposible ser tan inútil a sabiendas. Es imposible hacer lo que aquella mañana del 13 de abril de 2021 hicieron.
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