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El escalofriante caso de la envenenadora de Melilla
Desde que nacemos, mamá se convierte en todo nuestro mundo. Es la persona que nos protege, la que enjuga nuestras lágrimas y nos llena la barriguita cuando el hambre aprieta. Nos sentimos unidos a ellas por un cordón umbilical invisible hasta el día que se nos van. Esto mismo debían pensar Sandra y la pequeña Florinda, aunque solo tuviera seis meses.
Francisca Ballesteros es natural de Valencia. Su familia era bastante problemática, así que se fue de casa en cuanto cumplió los dieciocho. Poco tiempo después se casó con Antonio González. Se instalaron en Melilla, él era funcionario de prisiones. En seguida tuvieron a su primera hija, Florinda. Sin embargo, les duró muy poco la felicidad ya que la pequeña falleció con tan solo seis meses de edad. Los médicos dijeron que fue a causa de un coma diabético.
Desde entonces, la vida en el hogar de los González Ballesteros transcurrió con normalidad. Francisca dio a luz dos hijos más: Sandra y Antonio. Ella era ama de casa. Sus vecinos la consideraban una buena madre y esposa. Imagino que siempre daba los buenos días, algo que normalmente sorprende a la gente que trata con este tipo de psicópatas. A principio del siglo XXI, Francisca descubrió los chats de Internet. Su hija Sandra le enseñó a crearse un nick y a entrar en las salas de chat para relacionarse con personas de cualquier parte del mundo. La mujer quedó fascinada ante aquella nueva ventana que se abría para ella.

Aunque Francisca diese la impresión de estar feliz con su vida, en realidad se sentía muy frustrada. Parece ser que Antonio la trataba de manera abusiva, y con sus hijos tampoco existía una especial conexión. Poder hablar con personas de otras ciudades y países fue una liberación. En breve, comenzó a buscar amor en los chats. Su nick era “Paqui, la fogosa”, dejando bien claro lo que estaba dispuesta a dar.
En octubre del 2003, su marido comenzó a sentirse muy enfermo. Francisca lo cuidaba amorosamente hasta que empeoró repentinamente y decidió llamar a una ambulancia. En el hospital dijeron que Antonio había sufrido una intoxicación debido a los pesticidas que se usaron para fumigar recientemente su hogar. El hombre se restableció y volvió a casa. Aunque nunca recuperó la salud del todo. De hecho, en enero del 2004 falleció. Los médicos pensaron que había sufrido un fallo multiorgánico debido a las secuelas que le había dejado la intoxicación sufrida semanas atrás.

Meses después, fueron sus hijos los que comenzaron a sentirse mal. Si le preguntaban por ellos, siempre respondía que se encontraba bastante apáticos porque echaban mucho de menos a su padre. Cuando Sandra dejó de ir al instituto, las amigas intentaron ir a visitarla. Francisca nunca permitió que la vieran. Las semanas trascurrían entre dolores, vómitos y “Paqui, la fogosa” ligando frente al ordenador con un tinerfeño. Parece ser que los amantes llegaron a conocerse y que incluso tenían planes de boda.
A principios de junio, Francisca es obligada a que consienta que su hija reciba asistencia médica. Sobre este hecho, he leído dos versiones. En una se cuenta que un tío paterno de la niña dio la voz de alarma a la policía ante la imposibilidad de ver a su sobrina. En otra versión se relata que el carnicero al que solía acudir la mujer va a la casa para que le pague el último pedido que había dejado a cuenta. El hombre, en vez de esperar en la puerta, pasa al apartamento y ve a Sandra tendida en el sofá prácticamente agonizando. Ante las exigencias del carnicero para que su hija fuese atendida inmediatamente, no le queda más remedio que llamar a una ambulancia. La criatura murió media hora después de entrar en el hospital.
Al día siguiente ingresan a Antonio, el otro hijo de la mujer. Observan que el muchacho entra con los mismos síntomas que su hermana, pero afortunadamente logra salvar la vida. También se dan cuenta de que Antonio está atiborrado de benzodiazepinas. Ante este panorama, se decide hacer la autopsia al cuerpo de Sandra. Los resultados arrojan restos de cianamida, sustancia que podemos encontrar en un medicamento llamado Colme, el cual se receta a las personas enfermas de alcoholismo.
Se decide exhumar el cadáver de Antonio, el padre, y se obtienen los mismos resultados. Francisca ha estado envenenando a su familia poco a poco. El 6 de junio la detienen. No niega los hechos. Confiesa que les fue suministrado cianamida en los alimentos, además de darles las benzodiazepinas para que no se quejasen ni pudieran pedir ayuda. Ante la sorpresa de la policía, también confiesa haber matado a su hija Florinda. La pequeña era epiléptica y no se veía capaz de cuidar de ella. A los demás los mató porque eran un estorbo. Deseaba iniciar una nueva vida y para poder hacerlos necesitaba que desapareciesen.
Los peritos que atendieron a Francisca antes del juicio que tuvo lugar en el 2005, aseguraron que tenía sus facultades mentales intactas. No padecía ninguna enfermedad y además no estaba arrepentida de lo que había hecho. Fue condenada a ochenta y cuatro años de prisión…aunque ya sabemos que no cumplirá toda la pena. Debe indemnizar a su hijo por las muertes de su familia, y no tuvo derecho a la patria potestad sobre él durante diecinueve años.
Personajes como Francisca deberían morir en prisión. Son un peligro para la sociedad. Matan sin remordimiento, y si lo han hecho una vez los pueden hacer mil. No hay cura ni reinserción para este tipo de personas, pero ese es ya otro tema…
Susana Alba Montalbano - Escritora y articulista en psicologodecabecera.com. Amo el arte, los artistas y que me leas tú.
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