
Reportajes y artículos
No dejar al alcance de los niños
Antes que incapaces de ser selectivos, lo que sucede con los niños es que se niegan a plegarse a los prejuicios de la forma un tanto conformista en que lo hacemos los mayores. Obsérvese si no, lo críticos que llegan a ser con todo lo que rozan, sin que esa cualidad eclipse su ternura y su ocurrencia. Lo que toca un niño, será transformado, dice un antiguo adagio asiático. El gran poeta cubano José Martí afirma de los pequeños que son los que saben querer.
No es raro pues que, siendo portadores de tan candoroso instinto para traspasar la esencia de las cosas, los niños ―y las niñas, pues admito que mi idea de la lengua española es ortodoxa― hayan llegado a identificarse con piezas de la literatura que, bien miradas, no se escribieron pensando en su inteligencia. Al menos de manera exclusiva.

LEGÍTIMOS DUEÑOS DE LO AJENO
Ernest Hemingway, narrador, periodista y aventurero, enemigo declarado de las sentencias grandilocuentes, aseveraba con altanería que el destino de la literatura es impredecible como pocas otras cosas. Es una explicación excelente para aquellos libros que, a lo largo de la historia, se han ido quedando en manos de los niños, cuando en verdad se escribieron con otro fin. Sea un ejemplo el famoso caso de Los viajes de Gulliver, una cadena de peripecias que la mente del irlandés Jonathan Swift eslabonó para mortificar a la majadera burguesía inglesa. Al menos, así nos lo hacen saber los manuales.
¿Qué pegajoso atractivo ocultaba la obra de Swift, publicada en cuatro partes en 1726 bajo seudónimo? Lo cierto es que los niños repararon en ella, lo que, de manera paradójica, la colocó en la inmortalidad. No es un caso aislado. Camino a los adultos, otros libros fueron detectados y retenidos por el gusto infantil.

EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Del famoso escritor Lewis Carroll ―un seudónimo, pues su nombre era Charles Lutwidge Dodgson― se puede afirmar, incluso, que era surrealista. Esa gran contradicción literaria que es Alicia en el país de las maravillas se redactó, ciertamente, pensando en tres niñas concretas, pero Carroll, que era matemático y experto en lógica, se negaba a concebir una historia al modo estándar. Su libro, aunque muy divertido, está lleno de problemas de lógica y situaciones absurdas.

Las situaciones, planteadas a menudo como una indagación metafísica, las captan los niños como parte de la aventura que aceptaron desde el primer capítulo, y gracias a su falta de predisposición. Pero Alicia en el país de las maravillas, que apareció en Londres en 1865, si bien ofrece un ritmo narrativo propicio a la niñez, descarta desde un principio el realismo al uso. Lewis Carroll, que tenía gran fe en las matemáticas, comprendió que la mente infantil no se moldea solo a partir de lo fácil y lo cotidiano. Hay abstracciones más fecundas y esta en particular no ha perdido vigencia.
Narrador, poeta, periodista, editor, lector, amante del cine y de la fotografía (que no es lo mismo, pero es igual). Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
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