
Soy leyenda...
Tony Curtis, del Bronx al estrellato
Tony Curtis, nació un tibio mes de junio de 1925 en Nueva York. Su padre era húngaro y su madre eslovaca, ambos tenían una sastrería con la que sacaban a sus tres hijos adelante. La única lengua que Tony habló hasta los seis años fue el húngaro, por esta razón fue más tarde a la escuela que el resto de los niños de sus edad. Se crío en las calles de Nueva York, tuvo una infancia muy dura llena de angustia y carencias económicas. En una ocasión, él y uno de sus hermanos fueron llevados a un orfanato durante un tiempo porque sus padres se vieron incapaces de alimentarlos a todos.
Los años siguientes estuvieron salpicados de desgracias. Su hermano Julius murió atropellado por un camión, y su hermano Robert fue diagnosticado con esquizofrenia al igual que su madre. Entonces Tony, cuyo nombre real era Bernard Schwartz, se unió a una banda de delincuentes del barrio con la que cometió delitos sin importancia. Pronto aparecería un ángel en la vida del actor: un vecino que decidió sacarlo de la mala vida y meterlo en los Boy Scout. El vecino, lo trató como a su propio hijo preocupándose de que estudiase. Lo guió hasta conseguir que dejase de interesarse por los gánsteres de medio pelo que pululaban por las calles.
Tras la guerra…
Cuando Pearl Harbor fue atacado por los japonenses, Curtis se alistó mediatamente en el ejército. Estuvo en la fuerza submarina del Pacífico. Tras finalizar el conflicto bélico, volvió a casa ileso. Ya le rondaba por la cabeza la idea de estudiar arte dramático. Después de graduarse en la City College de Nueva York y en The New School de Greenwich Village, un cazatalentos se fijó en él. A los veinte y tres años ya estaba en Hollywood. Firmó un contrato con la Universal, y fue entonces cuando cambió su nombre húngaro por el de Tony Curtis. Se estrenó en la gran pantalla interpretando a un bailarín en “El abrazo de la muerte” (1949, Siodmak) junto a Yvonne de Carlo y Burt Lancaster. Muy pronto llamó la atención de parte del público, el cual comenzó a escribirle cartas de admiración.
El salto a la fama de Tony llegaría en 1951 con “Su alteza el ladrón”. Película dirigida por Maté que interpretó junto a Piper Laurie. Hasta finales de los cincuenta no paró de trabajar en películas muy taquilleras pero que no le emocionaban especialmente desde el punto de vista actoral. Sería a finales de esta década y principio de los sesenta, cuando llegarían los grandes proyectos a la vida del actor. Estamos hablando de películas tales como “Trapecio” (1957, Reed), “Chantaje en Broadway” (1957,Mackendrick ), “Los vikingos” (1958, Fleischer)… Y por supuesto, no podemos olvidar las míticas “Con faldas y a lo loco” de Wilder y “Espartaco” de Kubrick. Las interpretaciones de Curtis en estos filmes forman parte de la historia del cine. Todo un manjar para los amantes del buen cine.

El rey de la comedia
Con la llegada de los sesenta, Tony se infló a hacer comedias con todas las grandes estrellas de Hollywood. Lo cierto es que aunque resultaban muy taquilleras su fama comenzó a resquebrajarse un poco. Además, los críticos empezaban a tomarle menos en serio como actor. Curtis acabó enfadándose con su representante y lo despidió por no conseguirle mejores papeles.
Un día, llegó a oídos del actor que se pensaba rodar una película titulada “El estrangulador de Boston”. Curtis estaba decidido a hacer el papel de estrangulador, necesitaba que todos vieran una vez más de lo que era capaz de hacer como actor. Cuando habló con los productores, les dijo que incluso estaba dispuesto a rebajar considerablemente su caché con tal de entrar en el proyecto. Lo consiguió. Tony dio muestras una vez más del grandísimo actor que era.

En las décadas siguientes, su carrera cinematográfica se fue resintiendo cada vez más. No dejó de hacer películas hasta el 2002, pero ninguna fue especialmente importante. Se dedicó más a la televisión, apareciendo de manera puntual en episodios o protagonizando series como “Los persuasores ” o “Vega$”. Necesitaba mucho dinero debido a sus continuos divorcios e hijos a los que mantener.
El Tony más oscuro
El actor era un enamorado del amor y se casó en seis ocasiones. Su boda más sonada fue con la también actriz Janet Leigh. El matrimonio duró once años y tuvieron dos hijas, una de ellas es la archiconocida Jamie Lee Curtis. Tony tuvo cuatro hijos más con el resto de sus esposas, pero no puede decirse que fuese un padre ejemplar.
Tony pasaba gran parte de su tiempo borracho y tomando drogas. De hecho, en 1970 fue arrestado en el aeropuerto de Londres por llevar marihuana encima. En muchas ocasiones, sus hijos se lo encontraron víctima de los efectos de la cocaína y otras sustancias. Incluso Jamie contó en una ocasión que recordaba haber acompañado a su padre a comprar droga cuando era pequeña. Todos estos hábitos nocivos acabaron con la salud del actor, quien tuvo que pasar varias veces por el hospital hasta que murió en el año 2010.
Su última esposa, Jill Vandenberg, heredó toda la fortuna del actor cuando falleció. Más de cuarenta y cinco millones de dólares pasaron a los bolsillos de Jill ante la estupefacta mirada de los hijos de Tony. A ellos, decidió dejarles sin nada. La hija mayor del actor, Kelly, impugnó el testamento sin éxito alguno. Aquella era la última voluntad de su padre y debía ser respetada.
Tony Curtis fue uno de los grandes en la meca del cine. Buen compañero, sobre todo con Sidney Poitier, a quien siempre dio su sitio en los títulos de crédito en épocas donde el racismo era una filosofía de vida en los Estados Unidos. Siempre estuvo orgulloso de sus raíces húngaras y judías. Ayudó a restaurar sinagogas en Hungría que habían sido destruidas durante la guerra, y siempre que le pedían ser la imagen del país para promocionarlo, el actor aceptaba. No era mal tipo, pero las adicciones e inseguridades le convirtieron en el tipo de persona que, sin duda, nunca quiso ser.

Susana Alba Montalbano - Escritora y articulista en psicologodecabecera.com. Amo el arte, los artistas y que me leas tú.
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