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Soy leyenda...

¡Goya vive! Doscientos años de las “Pinturas Negras”

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Hay que imaginar a un hombre viejo habitando una casona de dos plantas. Hay que imaginárselo casi como un fantasma, pululante, taciturno. Hay que imaginar que adolece de una sordera que lo aísla de un mundo que, sin embargo, no le es ajeno pues le hiere. Hay que imaginar las paredes de esa casa repletas de pesadillas, de seres oscuros que emergen de los muros y que son un reflejo del hombre que los habita. Hay que imaginar todo esto y sin embargo, nada te puede preparar para toparte de frente con las “Pinturas Negras” de Goya.

Hace doscientos años que se da por culminada esta serie de pinturas con las  que Francisco de Goya “decoró” la Quinta del Sordo. Hace dos siglos que el pintor que mejor retrató nuestro país se mudaba (ya viudo) a esta casa cercana al Manzanares con Leocadia Zorrilla, su ama de llaves. Ese hombre triste y sordo aquejado por una nueva enfermedad (Goya a su médico Arrieta), que había vivido la recentísima Guerra de Independencia y había pintado sus “desastres”, habita sus últimos años de vida pintando, directamente sobre las paredes de su casa (y para sí mismo, sin encargos de por medio), un paisaje fiel de la peor cara de su y nuestro país. Plasma sus pesadillas de una forma radical, definitiva y transformadora de una manera imposible de relacionar con ninguno de sus contemporáneos. Goya, en sus “Pinturas Negras”, anticipa el expresionismo, es decir, no hay Grito de Munch sin La romería de San Isidro.

La romería de San Isidro, Francisco de Goya

Yo me resisto a usar el concepto de “genio/a”, pero si partimos de la existencia de esta categoría, podemos afirmar que, una característica que comparten todos es la re-significación periódica de su obra. Por supuesto, esto también ha ocurrido con Goya:

Tras la muerte del pintor en 1828, las “Pinturas Negras” estaban condenadas a desaparecer por su situación tan precaria y se recurre a dos técnicas distintas para conservarlas: por una parte, en el año 1874, el fotógrafo Jean Laurent inmortalizó con su cámara las catorce pinturas de la quinta. Por otro lado, ante el afán de un banquero belga de exponer estas pinturas en París, se recurrió a la técnica del strappo, método que consigue “calcar” la parte superficial de una pintura desde una pared a una tela independiente. Una vez se tuvo esa primera capa de pintura despegada de la pared, el pintor valenciano Salvador Martínez Cubells se encargó de completar los lienzos. ¿Cuál fue el problema?, estos dos trabajos (fotografía y strappo) se hicieron por separado, no hubo un proyecto de conservación común y por eso, cuando en 2009 se recuperaron las placas originales de las fotografías de Laurent, se descubrió que Martínez Cubells había alterado ligeramente algunas pinturas, y aquí llega la re-interpretación de Goya. El Perro semihundido, la famosísima y decadente pintura que rezuma vacío y pesimismo, aparece en las fotografías mirando dos pajarillos que Martínez Cubells obvió de su pintura. Otro ejemplo es el Duelo a garrotazos: esos dos gigantes luchando con los pies enterrados en barro han sido siempre considerados como la metáfora de dos Españas condenadas a enfrentarse sin poder huir. Pues bien, si atendemos a la fotografía original vemos que esa masa informe donde se cimentan los gigantes no es en realidad barro, sino un trigal. Este hecho cambiaría de forma radical nuestra concepción moderna de la pintura.

Comparación de la fotografía original de Perro semihundido con la pintura de Martínez Cubells

Así pues, también yo me contradigo. Quizá ese primer párrafo oscuro que encabeza este artículo no se corresponda con la realidad de un hombre que, incluso en sus momentos más difíciles, dejó la puerta abierta a la esperanza en sus pinturas. No se puede saber, lo único que está claro es que Goya vive y que doscientos años después nos seguimos viendo en él, y él en nosotras y nosotros.

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