
Cuéntame un cuento
Someone to believe
SEGUNDA PARTE Y FINAL
Pon la música, pidió entonces y el cuarto se llenó de la palabra melódica de Billy Joel, respaldada por un piano en efecto inconsolable que hacía que Casia se ablandara y abriera la boca para recibir un beso algo torpe por el apuro del hombre que iba a penetrarla así, de pie contra la pared. Pero los gatos en el portal comenzaban a exasperarse y todo retornó al presente escueto de la habitación en penumbras y otra mujer allí, al alcance de su respiración, desnuda y ajena. “Qué dichoso debe sentirse un gato cuando logra por fin domar a la hembra ―pensó todavía antes de levantarse―, las gatas son tan altaneras…, exigen un sexo medio sádico.”

Entonces fue a buscar un madero, algo con que ahuyentar a los gatos, y abrió la puerta poco a poco, salió y pudo ver que no lo habían sentido, pues continuaban requiriéndose, fingiendo rechazarse mientras se completaba el momento en que el macho debería saltar menospreciando las garras, los dientes de su dama que lo herirían por instinto, por deseo. Lanzó hacia ellos el madero y los vio correr hacia la noche, cada uno por su lado. No sabía si el madero había impactado en uno de los animales o si fue solo el ruido lo que los espantó, aunque no le importaba. Más bien experimentó alivio, cierta laxitud que no necesitaba explicarse, y regresó a la cama.
El calor de las sábanas le recordó que afuera hacía frío y decidió taparse, colocar una almohada sobre su cabeza y dormir. Debido al movimiento rozaba a su mujer repetidamente. Al final comprendió que ella tenía un canto de la sábana bajo el cuerpo y le impedía tomar su parte. Haló. Entonces la mujer comenzó a estirarse, emitió un suspiro y quedó totalmente bocarriba, exhalando un perfume subjetivo que lo intrigaba. Volvió a suspirar.
“No ronronees más”, le dijo él con el pensamiento y comenzó a sentir una fuerza, un peso en el vientre que identificó con el deseo de poseerla. La acomodó para poder tocarla mejor, pues estaba pensando en forjarse con las manos una imagen total del cuerpo y se concentró en el trazado vertiginoso de una línea que lo condujera en lo oscuro desde la barbilla hasta el sexo sin desviarse hacia los senos, porque supuso que pasar cerca y no desembocar en ellos podía causarle la ansiedad, el apremio necesario para lograr la erección que se había prometido.

Cuando sorbió el sexo aún amodorrado sintió que la mujer se contraía, y aunque no pudo entender si lo hacía por placer o por fastidio, siguió adelante. Comenzó a enredar un dedo en el césped ralo del vientre, mientras con la lengua llamaba a la puerta que nadie abría aún. Por fin la mujer comenzó a estremecerse, a columpiarse sutilmente en consonancia con el discurso que él desplegaba entre los muslos, pero entonces retornaron los gatos. Volvieron con su plañido a adueñarse de todo el ámbito del portal y de la habitación, y él se alarmó, notó que perdía concentración.
La mujer ahora se movía plena, trataba de flotar como en un ballet y lo obligaba a tenderse para seguir interrogando al vientre, lo tomaba por los hombros y lo apretaba contra el sexo, donde ya había llovido. Él comprendió que el saurio se le desinflaba y trató de evitar que ella lo encontrara con el pie que había estirado para acariciárselo. Comenzó así una huida disimulada, escatimando el cuchillo romo, mientras bebía de manera mecánica el jugo de su mujer y aunque los gatos ―se daba cuenta― podían ser irreales, puro hipnotismo, no lograba apartarlos con aquellos gemidos que ya eran un tormento.

La mujer estaba hablando, pero él no pudo descifrar el monólogo. Tenía miedo a detenerse, a los gatos, malditos, pensó y trajo automáticamente la cara de Casia. But I don’t want some pretty face, la vio marcar con los labios, to tell me pretty lies, qué dudas podía haber, puta del alma, all I want is someone to believe. “Querida Casia, como si fuera posible creerte”, pensó mientras su mujer ―lo único verdadero en aquel instante― lo llamaba y le pedía el alimento, la fórmula que él ahora no podía entregarle. Decidió rendirse. La mujer se lo sacó de entre las piernas. Maricón, le dijo, indignada.
Narrador, poeta, periodista, editor, lector, amante del cine y de la fotografía (que no es lo mismo, pero es igual). Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
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