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Barbie, las peras y el olmo
El productor de Barbie, Josey McNamara, aseguró tiempo antes del estreno que cualquier punto de vista estereotipado sobre la muñeca rosa quedaba totalmente subvertido en esta película con actores. Podemos decir que lo que sea que estés pensando, no es, remató. Creaba así una expectativa que, a juzgar por las recaudaciones a día de hoy, se ha verificado sobradamente. Barbie, dirigida por Greta Gerwig y con Margot Robbie en el papel principalísimo, superó de inmediato la barrera de los 1000 millones y sigue adelante.

Se habla de familias enteras tratando de encontrar espacio en los cines. En la promoción se ha dicho que es y no es una película para niños. Como Los viajes de Gulliver, digamos; como El pequeño príncipe. Como Alice in Wonderland, que guardan lo grande en lo aparentemente sencillo. Con esa declaración se quieren hacer visibles, primero que nada, sus postulados a favor de los derechos de la mujer y, por reflejo, de todas las identidades marginadas. Pero me parece que no hay que dramatizar. Una cosa es sugerir que se está en contra del atrincheramiento patriarcal y otra ingresar sin ambages al tema.
UNA BARBIE POLÍTICAMENTE CORRECTA
En el terreno de los feminismos, Barbie no tiene nada que aportar. Ni lo necesita, admitamos de inmediato. La declaración de sus productores ―y lo que se muestra en la cinta― es, más que nada, un despliegue de buenas maneras. Lo menos que pudiera esperarse a día de hoy.
Porque si la vemos como una reivindicación de ciertos derechos de la mujer, deberíamos reconocer que esos derechos han sido los primeros en reivindicarse por todas las vías, muchos años atrás. O sea, que en cuanto a las demandas feministas, esta historia viene con demasiado retraso. Reitérese: este redactor no le exige a un producto estrictamente pop que rompa lanzas a favor de una causa tan seria. Su fin es el entretenimiento y a eso no hay nada que reprocharle. Vamos, que Greta Gerwig no es Eva Amaral, ni tiene que serlo.

El espectador de un producto como Barbie debe esperar más que nada diversión, pues se trata de un cuento de hadas modernizado para que encuentre espacio en el siglo XXI, y vaya si lo encuentra. Su mérito radica en la recreación de un enorme referente. Como historia, es decir, como propuesta estética ―y este punto de vista es estrictamente personal― resulta vana. El juego a la “desinfantilización” no funciona. Hay demasiado rosa en el entorno, demasiado lugar común y los personajes, probablemente, (léase personajes, no actores) intuyan que siguen siendo eso: muñecos.
Vamos, chicos, que es Barbie, con “B” de Bad Bunnie, no de Barbra Streisand.
Narrador, poeta, periodista, editor, lector, amante del cine y de la fotografía (que no es lo mismo, pero es igual). Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
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