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Historias oscuras del más acá

Piedad, la niña asesina

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Murcia entera se vio sumida en una conmoción que, difícilmente, se habrá superado. Era el año 1965, en el seno de una familia humilde de diez hermanos. Esta vivía en las inmediaciones del barrio del Carmen; todos ellos trabajadores, Andrés Martínez, el padre, acudía cada día a su puesto de trabajo con la intención de sacar la familia hacia adelante, era un buen obrero. No obstante, todo se truncó cuando cada cinco días fallecía un miembro del núcleo familiar. Este hecho impactaba a los vecinos de la zona, decidiendo estos no acercarse a ningún integrante de los Martínez del Águila porque pensaban que padecían una enfermedad terrible y contagiosa.

Los progenitores no daban crédito a lo que estaba sucediendo, perder un hijo cada cinco días debe ser algo aterrador e inexplicable a la vez. Al principio, las miradas se centraban en los padres, pues se llegó a pensar que no poseían el suficiente salario para mantener a todos sus hijos, por este motivo estaban actuando de ese modo tan cruel. Pero no, la realidad es muy distinta.

Manos a la obra, Piedad

Piedad, la muchacha de 12 años, era una mujer con ideas macabras, todo lo tenía premeditado, sabía en todo momento cómo debía actuar para no generar sospechas. Ella era la encargada de cuidar de sus hermanos, ya que sus padres y hermanos mayores, José Antonio y Manuel, salían a trabajar cada día. El primero de ellos trabajaba en la construcción, y el segundo como chapista. Piedad sabía perfectamente que a ellos no podía hacerles nada, les tenía mucho respeto por tratarse de los mayores.

En cambio, sus hermanos pequeños vivieron un auténtico infierno. Piedad, además de desempeñar la labor de niñera también se encargaba de limpiar la casa y de pulir varias piezas de motocicletas. Algunos de sus hermanos ayudaban a esta a lijar, como es el caso de Jesús, Cristina y Manuela. Por último, Antonia Pérez, madre de todos ellos, estaba embarazada de siete meses, apenas podía moverse, únicamente hacía la comida para todos.

La tragedia comenzó a desatarse en el mes de diciembre de 1965, Mari Carmen, de nueve meses de edad, fallecía en extrañas circunstancias. Posteriormente, el médico acudió al domicilio familiar y certificó la muerte por meningitis. Cinco años atrás, otro hermano de dos meses falleció por la misma causa. Sin embargo, hasta el momento, no se le dio demasiada importancia al asunto.

La situación empezó a oscurecerse y a oler mal cuando cinco días después también falleció Mariano, de dos años. Seguidamente, la mala suerte se cebó con Fuensanta, de cuatro años. A partir de ese momento, las sospechas ya eran más que evidentes, los sanitarios eran incapaces de dar con la tecla correcta, se hacían cruces con lo que estaba ocurriendo. Incluso todos los miembros de la familia fueron destinados al hospital de Murcia para realizarse diferentes pruebas y chequeos. Una vez realizada toda la parafernalia, los resultados tampoco arrojaron ningún atisbo de esperanza, todos ellos estaban sanos y fuertes, sin ninguna patología de carácter hereditario.

A los pocos días, durante la Navidad del año 1966, Andrés de cinco años también perdió la vida. Los signos que mostraban todos ellos coincidían, aparecían manchas rojas en la piel, después se transformaban en moratones. Y, por último, la fiebre, los desvanecimientos y las convulsiones eran la tónica general. Desgraciadamente, la tumba les esperaba a todos, sin excepción y durante un periodo de tiempo demasiado corto.

Piedad asesinó a sus hermanos empleando con una mezcla de cianuro potásico.

El descubrimiento

Estos hechos tan surrealistas, aparentemente, no pasaron desapercibidos para un sinfín de investigadores. Pero todo cae por su propio peso, finalmente, en Madrid se descubrió el pastel. Las pruebas realizadas en un instituto forense determinaron que Andrés y Fuensanta fallecieron a causa de un envenenamiento. Ahora solo faltaba por determinar si habían ingerido alguna sustancia como cianuro potásico en algún alimento, o bien había sido ingerido por ellos mismos.

En primer lugar, los padres fueron acusados por infanticidas. Ambos fueron destinados a la cárcel, el padre estuvo expuesto a varias pruebas para determinar si padecía algún tipo de trastorno psicológico. De todos modos, nadie conseguía extraer una conclusión fehaciente del caso. Varios reporteros decidieron acudir a la vivienda familiar para hablar con algunos hijos. Estos eran incapaces de determinar por qué habían perdido a sus hermanos, Piedad estaba presente, pero no articulaba palabra. En cambio, su hermana Manolita, repetía una y otra vez que sería la próxima en perder la vida.

Sí, fui yo

Acorralada y maniatada, Piedad se vio obligada a confesar que fue la encargada de acabar con la vida de casi todos sus hermanos. Ante la gran maestría de un inspector, Piedad tuvo que dar su brazo a torcer. Este decidió ofrecerle un vaso de leche. Además, le dijo que debía tomárselo con unas pequeñas gotitas de cianuro, a lo que Piedad estaba aterrada y se negaba rotundamente a hacerlo. En ese preciso instante, dijo que empleó una mezcla muy peligrosa para dársela a sus hermanos, un poco de matarratas y un producto de limpieza usado para pulir las motocicletas. Esto no fue todo, también tuvo el valor de acusar a su madre, añadiendo que algunas de las muertes fueron consentidas por ella.

El síndrome del cuidador quemado

El desgaste emocional de Piedad pudo ser determinante a la hora de cometer semejantes barbaridades. Los médicos llegaron a la conclusión de que Piedad era una niña normal, pero padecía un trastorno severo de psicopatía, lo cual se traduce en la realización de actos negativos, siempre actuando con una malicia desgarradora. En la actualidad, no se sabe nada de Piedad, está en un paradero desconocido. Presumiblemente, será una ciudadana más y desarrollará su vida como cualquier otra persona. Pero no se sabe si el arrepentimiento habrá caído en ella como una losa, o por el contrario, sigue campando a sus anchas, mostrándose indiferente ante los crímenes.

Una familia desgraciada

Los Martínez del Águila siempre serán recordados en Murcia como una familia esquizofrénica y malvada. Jamás serán considerados como una familia trabajadora, a pesar de las muchas penurias que tuvieron que atravesar, viviendo en un barrio chabolista, en un primer momento. Los hermanos mayores de Piedad acabaron en la cárcel; uno por asesinato a un taxista y el otro por continuos robos. Cabe destacar que, uno de ellos se fugó de la prisión en el año 1978, este fue apodado El Águila.

El padre de Piedad tuvo que desempeñar labores de basurero y acabó ciego. Para mayor desgracia, si cabe, los hijos que quedaron con vida culparon a sus propios padres de todo lo sucedido, alegando que no se preocupaban por la salud de sus hijos, dejándolos completamente desprotegidos durante la infancia.

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