
Historias oscuras del más acá
La secta conventual de Corella
La razón principal para ingresar en una orden religiosa es que la persona siente la llamada del señor. Pero antiguamente algunas veces la vocación no era el motivo para entregar la vida a la oración y a Dios. En la Edad Media, Edad Moderna y hasta en la Edad Contemporánea era muy habitual que la primera hija nacida en el hogar y el segundo hijo, ellas al cumplir los trece o catorce años y los nueve o diez ellos, fueran entregados a la iglesia, porque de esa manera las familias ganaban prestigio social.
Tomar los hábitos también era una forma de castigar a los y las jóvenes por conductas inapropiadas. También los había que ante la precariedad familiar o por orfandad se veían obligados a ingresar en el noviciado de los conventos por la acuciante necesidad. Muchos de ellos, la mayoría, carecían de vocación religiosa. Los había que acataban con obediente resignación su destino, pero también quienes se conducían con rebeldía y desacatando las normas monacales.
Los Carmelitas Descalzos de Corella
A mitad del siglo XVIII la orden de Carmelitas Descalzos de Corella estaba compuesto por un conjunto conventual. A la iglesia de Nuestra señora de Araceli estaban adosados los conventos de monjas y frailes del mismo aspecto arquitectónico, cenobios, que estaban conectados en torno a un patio doble que separaba a los frailes de las monjas. Estaba absolutamente prohibido que los y las religiosas conviviesen y mantuvieses relación entre sí, por lo que un muro con una puerta que siempre permanecía cerrada, separaba los dos patios.
En los documentos de la biblioteca de la sede episcopal de Logroño, podemos leer que en el año 1743, la Santa Inquisición encausó a un grupo de siete monjas y dos frailes, encabezadas por sor Águeda de Luna, del convento de la orden de las Carmelitas Descalzas de Corella. El documento del auto de la inquisición dice así: “María Josefa de Jesús en el siglo Álvarez de Terroba, natural de Moreda, de 31 años de edad, carmelita descalza en el convento de Corella, de oficio boticaria, condenada” por cómplice de la madre Águeda “en sus ficciones, apostasía de nuestra santa fe, pacto expreso con el demonio, teniendo comercio torpe con él y con los religiosos cómplices con pretexto de obediencia y confesión”.
En el mismo documento se lee que sor Águeda de Luna, cabecilla de la secta, valiéndose de los grandes libros de magia que había en la biblioteca conventual, llevó a cabo pactos con el demonio entregando su alma al diablo e invitó a seis monjas a hacerlo. “(…) pacto expreso con el demonio, teniendo comercio torpe con él y con los religiosos cómplices, con pretexto de obediencia y confesión”. Dicho en otras palabras, las acusaban de mantener relaciones sexuales con el demonio y con los frailes del convento contiguo al suyo. De ellas se decía que eran tan finas y putas como las mayores putas de Madrid.
El pacto de Sor Águeda con el Diablo
Sigue el documento sobre sor Águeda: “Tenía por falsos todos sus misterios, ultrajaba las imágenes de Jesucristo, reverenciando y dando culto hincada de rodillas al Diablo cuando le llamaba y aparecía visiblemente en forma de mancebo hermoso. Todo ello lo ejecutó repetidas veces renovando el dicho pacto y exhortando a la perseverancia y continuación a los demás cómplices del grupo, que son siete monjas y religiosos, los cuales se reunían en la celda donde aparecía el diablo para adorarle. En esos momentos, todos tenían acceso carnal con el demonio, con deleite y con mucha frecuencia”.
Corría el año de 1740, seis hermanas lideradas por sor Águeda de la Luna, seguidoras de Satanás, llevaban a cabo rituales satánicos; entre todos el más notable era el de preparar un ungüento con semen, sangre menstrual y estramonio que se untaban en sus partes íntimas y axilas. El efecto de este preparado las drogaba hasta el punto de que llegaban a creer que volaban hasta el convento de los frailes, donde fornicaban con Satanás y sus acólitos; cuando en realidad lo que sucedía era que los frailes y también aristócratas se colaban en el convento, a quienes los monjes facilitaban el acceso desde su cenobio, pasando por el patio de ellos al de las hermanas, a través de la puerta del patio, y practicaban orgías. Las hermanas, a excepción de sor Águeda, bajo los efectos del ungüento creían que fornicaban con Lucifer y sus acólitos.
La mentira de sor Águeda de la Luna
La consecuencia lógica de tanto fornicio eran embarazos indeseados que resolvían estrangulando a los neonatos, o provocando abortos con bebidas tóxicas que preparaba sor Águeda de Luna en la botica, que después enterraban en un lugar determinado del huerto, donde el jardinero y hortelano tenía prohibido labrar para evitar que encontrara el cementerio de fetos. ¿De ser descubiertas, como iban a justificar las hermanas, que en ese espacio sagrado, hubiera tantas sepulturas de fetos y recién nacidos? Las monjas, solo ellas, trabajaban ese terruño con la siembra de distintas variedades de flores, que luego recogían para poner a los santos de su parroquia.
No suficiente con fornicar supuestamente con Satán y los ángeles del infierno, la hermana Águeda de Luna inventó que lloraba lágrimas de sangre y que en su cuerpo aparecían llagas producidas por Jesucristo. El pueblo de Corella, enardecido por el milagro, se postró ante sor Águeda y las gentes de la villa y alrededores empezaron a dar donativos al convento de las Carmelitas Descalzas solicitando favores.
El engaño duró tres años, pero finalmente se conoció la existencia de la secta satánica que albergaba el convento de monja, así como el engaño por el que se estaban enriqueciendo.
La sentencia de la Santa Inquisición
La Santa Inquisición dictó sentencia. No existió tortura, ni auto de fe, ni hoguera, como así se recoge en los pliegos de la santa sede episcopal de Logroño:
“Que en la sala de la audiencia salga en forma de penitente con sambenito de media aspa, se le lea su sentencia con méritos, sea absuelta ad cautelam, gravemente reprendida, advertida y conminada y reclusa por tiempo de dos años en el convento de su religión de Pamplona, privada de voz activa y pasiva, de velo negro y tenga el último lugar en los actos de comunidad excepto en legas y novicias, no pueda tratar ni comunicar de palabra ni por escrito con persona alguna de afuera y en el convento. Solo podrá tratar con la religiosa o religiosas que a la prelada le pareciese necesario, sea encargada a persona docta y virtuosa (que no sea de su religión) para que la fortifique en la mística y los misterios de nuestra santa fe y cuide de su dirección y gobierno espiritual”.
El resto de monjas y frailes fueron desterrados del conjunto conventual de Corella, lejos de las cárceles inquisitoriales, por preservar la honra del hábito y las dispersaron por separado por distintos conventos de la orden monástica.
Termino con la recomendación de la novela de José Ramón Navas, “Tras esos muros” basada en estos hechos.

Fuentes:
- Guía de Pamplona.org
- Blogspot Clave antropológica
- Pontevedra viva
- Mass cultura
- Universidad de Navarra. Cátedra de patrimonio y arte navarro.
- Corella.es
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