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Soy leyenda...

Al Pacino: an angel in America

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La crítica audiovisual ha reparado ―y no sin ironía― en un tipo de actor que en esencia es el mismo de uno a otro papel. Incluso entre aquellos actores de carácter no son escasos quienes llevan, por ejemplo, los mismos gestos, igual entonación de película en película, inevitablemente. En algunos casos es obvio. Digamos ―es apenas una muestra― Steven Seagal o Jason Stathan.  Se tiene la impresión de que estos matones han representado a un único y porfiado personaje a lo largo de una vida en las pantallas.

Pero incluso los buenos actores llevan consigo determinados modos de expresión de uno a otro trabajo. Esa suerte de intercambio entre la persona que actúa y la ristra de palabras que da forma a un personaje no es completamente censurable porque el estilo, después de todo, se basa en patrones. Ahora bien, hay quienes se transforman, lejos de toda previsión, como si dispusieran de recursos interminables para moverse y entonar. Esos son los imprescindibles, digamos repitiendo a propósito a un dramaturgo: Bertolt Brecht.

UN FINGIDOR A TODA PRUEBA

Al Pacino, digamos y tratemos de argumentar. Nacido en 1940, en Nueva York, se formó con el famoso Método de Konstantín Stanislavsky y frecuentó la escena teatral antes de probar en el cine. Aunque el teatro es parco en relación con la fama, si bien más exigente, de modo que solo a partir del cine comenzó Al Pacino a relacionarse con la popularidad.  Pero a lo que íbamos: casi no hay rastro de Pacino de sus actuaciones como Michael Corleone en El padrino, de Francis Ford Coppola a Serpico, de Sidney Lumet. O a Scent of a woman, de Martin Brest, donde interpreta a Frank Slade, un militar retirado y ciego.

Pacino es capaz de someter a un proceso de esterilización cualquier gesto que amenace con acompañarlo de un trabajo a otro, dejando fuera mucho de su personalidad para ingresar casi vacío al próximo papel. Esa sería en definitiva la esencia de un actor: construir un alma para su personaje, a riesgo de trastornarse. La diferencia entre un actor y un embustero está en que el actor finge desde un tenso estado de angustia, incluso en la comedia. Como Al Pacino en Angels in America, una miniserie para televisión a partir de la obra teatral Angels in America: A Gay Fantasia on National Themes, de Tony Kushner, de la que hablaremos próximamente. Se trata de uno de los papeles más importantes de toda la carrera de Pacino.

ANGELS IN AMERICA, Al Pacino, 2003, © HBO / Courtesy: Everett Collection

EL ALUCINADO

Grotesco, lastimero, un moribundo que se niega a admitir la derrota, Roy Cohn es un abogado perseguido en sus delirios por el fantasma de Ethel Rosenberg. Su interpretación le proporcionó a Al Pacino un Globo de Oro y un Premio Emmy como mejor actor, entre otros galardones. En la cúspide de una carrera no siempre en ascenso ―como es natural― el personaje de Cohn subrayaba su condición de fuera de serie, si bien él está muy dentro de Angels in America.  

Narrador, poeta, periodista, editor, lector, amante del cine y de la fotografía (que no es lo mismo, pero es igual). Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.

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