
Reportajes y artículos
COVID-19: novecientos días…
Hay un sitio en el mundo donde la COVID-19 no me encontrará jamás, donde no puede arrebatarme quién soy. Donde ya no quepo, pero haré lo imposible para encogerme lo más posible, me contorsionaré lo máximo para entrar como sea en ese sitio: la primera niñez, la que al crecer se pierde en los recuerdos olvidados.
Esa edad en la que desconocemos qué son las enfermedades, aunque estemos malitas. Esa edad en la que desconocemos el miedo, aunque durmamos bajo las cobijas con un muñeco que nos proteja de los monstruos; esa edad en la que un beso lo cura todo.
Esa edad que por mucho que quisiéramos recordar conscientemente, nunca recordaremos.
Hoy, dos años y medio enferma de COVID-19 crónica, que no persistente, no sé quién soy. Tampoco sé quién era en mis dos años y medio de vida. ¿Y? Sí, la esencia de mí es la misma, pero ¿me sirve para qué? ¿Qué es la esencia de quien ya no es la misma persona? ¿Un frasco vacío de perfume que al destaparlo aún evoca el aroma que contuvo?
Mi olvidada niñez… En aquel entonces tenía una larga vida por delante y toda una vida por vivir. Esperanza de vida. Hoy tengo 51 años, he consumido cinco décadas de mi tiempo de vida y no sé cuánto me queda por vivir de aquella “toda una vida”. Desesperanza de vida.
Estoy viviendo mi tercera fase aguda por infección por coronavirus. Sigo peleándome con la gente ante el lenguaje mal usado y la terminología apropiada al referirnos a este virus y a esta enfermedad. Hasta con profesionales de la medicina. Y seguiremos siendo tiquismiquis, Mari Luz y Belle, ¿verdad? NO SOMOS PERSISTENTES. (En mayúsculas, que denota que lo digo gritando. Aprovecho el paréntesis para deciros que Belle se pone de los nervios con los mensajes en mayúsculas. Jajajaja…)
Novecientos días en los que, al principio, no sabía que hubiera diferencias entre el coronavirus y el o la covid. Me parecía que era todo lo mismo, incluso eso del Sarscov2. Una ola, dos olas, tres olas, cuatro olas, cinco olas, seis olas. Pues seis olas después, no hemos mejorado mucho. El virus es el SARSCOV2 o coronavirus, la enfermedad es la COVID-19. Así como el virus de la gripe es la influenza.
A todo esto, ¿qué fue de la séptima ola?
La tradición o sabiduría popular marina dice que las olas de la mar llegan a la orilla en series de siete y que la última es la más grande.
No sé si llegó y se fue la séptima ola del coronavirus. Pero yo me siento como si esa séptima ola me hubiese pillado con la boca abierta y dando unas cuantas vueltas de campana.
Según afirma el director del departamento de ingeniería oceánica de Delaware, Fabrice Verón, uno de los mayores expertos en la física de las olas: “Las olas que se pueden observar en un día de buen tiempo en la playa suelen llegar en promedio en grupos de 12 a 16 olas”.
Es decir, que aunque los organismos sanitarios mundiales dejaron de contar las olas de la pandemia por coronavirus, quizás hayamos saltado por encima de muchas olas, y en otras, algún conocido se quedó haciendo piruetas hasta que pudo sacar la cabeza y respirar.
Mi amiga Ana dice que la vida es surf. La COVID-19 es surf. Eso lo digo yo. ¿Febrero-marzo del 2020, quién no recuerda aquella primera ola? ¿Quién recordará las que siguieron al decreto del fin de la pandemia por parte de la OMS? Los y las enfermas necesitamos una “Ley de Costas”, antes de que la marea nos trague o nos precipitemos desde una altura en una gran ola.
Un gran beso a V. y E.

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